El dolor no es eterno.
La vida tampoco.
Los segundos que tenemos para vivirla y que caen de nuestros dedos como relojes de arena siguen corriendo.
Corren casi tanto como tú y yo en esta ciudad.
Huyendo de todos salvo de nosotros mismos.
De la maldad. De las decepciones. Del tiempo.
Un tiempo que ambos queremos que nunca pase, como cuando estábamos en aquella cueva perdida del mundo.
Como cuando me declaraste que yo sería la bandera de tu propio mundo.
Un mundo tan tuyo al que llamabas vida.
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