No tengo miedo de no sentir tus manos.
No tengo miedo de no sentir tu pelo rozando contra el hueco de mi hombro, tan tuyo, mientras te busco en esta cama vacía.
No tengo miedo de despertarme sin ti.
No tengo miedo.
No.
Tengo.
Miedo.
Y te repites esas palabras como si fuesen una doctrina.
Como si estuvieses realizando un máster en memorizar esas palabras tan bien como memoricé tus lunares.
Como si el mundo fuese a acabarse porque tu ya no estés.
Tal y como ese pilar de la vida que se tambalea igual que el puente de cristal al que le quitas su base.
Uno de sus hilos que ondean al viento y se rompen con la inexactitud de quien ama a ratos.
Como el viento.
Como ese sentimiento de culpa cuando pienso que ya no estás.
Sonrío.
Con alivio.
Con el alivio de saber que no vas a volver.
Aunque quieras.
Aunque hagas que todo mi océano se agite en una infinitud de olas, que, demasiado tarde, ya han sucumbido a la placentera calma.

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